Reconozco que la derrota de Argentina ante España en la final de Copa Davis tiene muy poco que ver con el lugar de la sede. Sin embargo, no creo que sean pocos, especialmente en Córdoba, a los que se les dibujó una sonrisa en el rostro mientras el jugador argentino Acasusso caía vapuleado por el español Verdasco en el quinto set del cuarto partido de la serie, última esperanza argentina de conseguir la tan ansiada ensaladera de plata.
La final debió haberse jugado en Córdoba por infraestructura, pero la pata del poder político piso más fuerte y trasladó la acciones de un solo pisotón a Mar del Plata.
Nadie pudo confirmar nunca las encendidas afirmaciones del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, acerca de que la ubicación de Córdoba en relación al nivel del mar podía perjudicar de algún modo a los jugadores de la península ibérica. Y, de hecho, estimo que nunca lo podremos saber realmente.
Los argentinos tenemos poca vocación por aprender lecciones. Quizá la Copa Davis sea un suceso cuya riqueza radique justamente en que Argentina no se haya consagrado campeón. Muchas cuestiones relacionadas con el manejo de las expectativas desmedidas de los periodistas, la falta compromiso de ciertos jugadores con este torneo y las decisiones políticas tomadas para pasar facturas y dar impulso a una gestión de gobierno, serán sólo algunos de los retazos que quedarán para el análisis.
Y David Nalbandián, jugador argentino símbolo de la Davis, seguramente tendrá algo interesante para decir no solamente de esta derrota, sino de todo el proceso iniciado cuando Del Potro ganó el quinto punto ante Rusia y puso a la Argentina en la final.
Vaya una felicitación al equipo español que, sin Rafael Nadal, el jugador número uno del mundo, y con un conjunto de tenistas practicamente desconocidos para los que nos asomamos de reojo al mundo del este deporte, usó su inteligencia y su talento en los momentos clave para alzarse con el triunfo.
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