martes, agosto 22, 2006

MARCELO CAVAROZZI, AUTORITARISMO Y DEMOCRACIA

El período posterior a 1955 se caracterizó por la inestabilidad política. A la sociedad argentina se la ha caracterizado como una situación de equilibrio entre fuerzas sociales de peso relativamente parejo y, como resultado de ello, capaces, a la vez, de bloquear los proyectos políticos de sus antagonistas e incapaces de imponer los suyos propios.
Análisis diferente: las orientaciones, intereses y valores de las fuerzas sociales se manifiestan en un sistema político específicamente definido. Cada sistema político tiene leyes propias que no constituyen un simple resultado de la interrelación de los atributos de las distintas leyes que actúan en él. Se trata de intentar un análisis del sistema político que no se reduzca a considerarlo como un mero reflejo de los "factores estructurales" ni como un campo inerte. Debe reconocerse como un proceso complejo que incluyó cambios y que no se redujo al de equilibrios precarios rotos alternativamente que provocaban un retorno al punto inicial.
Primera etapa, 1955 a 1966: gobiernos débiles (tanto civiles como militares) cuyo intento fue el de la perdurabilidad desarrollando acciones que limitaran la capacidad de acción de los distintos contendientes sociales. Fueron semidemocráticos al no cuestionar la proscripción del peronismo. Los procesos más profundos, económicos, culturales y corporativos fueron bastante autónomos de las iniciativas de transformación "desde arriba"; las tendencias sociales dominantes fueron la resultante de la interrelación de impulsos, resistencias y forcejeos de los distintos actores de la sociedad civil. Hubo un sistema político dual: funcionaron por un lado los partidos no peronistas y el Parlamento. Ninguno canalizó los intereses de los actores sociales fundamentales. La esencia del sistema político dual residió no sólo en que el parlamentarismo y el sistema de partidos generaron su polo contradictorio -al proscribir al peronismo y condenarlo a actuar "por fuera"- sino que, asimismo, los participantes en las negociaciones y presiones extraparlamentarias necesitaron del parlamento y de los partidos como arma de chantaje, es decir para utilizar precisamente como un recurso de ultima ratio la desestabilización o caída del gobierno, civil o militar, de turno.
Segunda etapa, 1966 en adelante: Predominio de gobiernos "fuertes" (ésa era su autodefinición). Se propusieron transformaciones radicales de la política y de la sociedad. Intentos de unificar el campo de la política, que se escindió en la década anterior. No lograron el objetivo pero contribuyeron a generar cierto equilibrio de carácter conmocional o catastrófico. El bloqueo de las sucesivas iniciativas trajo como consecuencia un desgarramiento del tejido social, la erosión e incluso el colapso de patrones básicos de organización e interacción social. El final catastrófico de estos gobiernos expresaron la capacidad de la sociedad argentina para bloquear proyectos autoritarios y represivos.
¿Por qué se pagaron precios políticos y sociales mucho más elevados después de 1966?
Dos razones. La primera: Quienes ocuparon la cúpula del Estado fueron más radicales. Predominaron enfoques "quirúrgicos" que sostenían que para "curar" a esa sociedad enferma había que calar en ella muy profundamente. La imagen de la necesidad del "tratamiento shock" como única receta viable para superar los problemas argentinos no fue simplemente el producto de una imaginación política febril y bárbara. Fue también realimentada eficazmente por una sociedad que, crecientente, se concibió a sí misma como incapaz de generar autónomamente soluciones consensuales a través del juego de intereses y orientaciones contrapuestos. Esta renuncia colectiva de la sociedad civil argentina estuvo a menudo vinculada a ilusiones casi mágicas en el sentido de que las soluciones a los problemas se lograrían simplemente mediante el despliegue de la voluntad política de algún actor o actores providenciales. Desde 1966 los protagonistas cambiaron -los militares, los guerrilleros, los tecnócratas liberales, Perón e incluso los impulsores de la trasnochada aventura bélica de 1982, fueron elevados temporariamente a esa posición por distintos sectores de la sociedad argentina-, sumando fantasías políticas que ignoraron el conflicto o pretendieron resolverlo voluntarísticamente, minimizando la capacidad de otros actores sociales (generalmente de los adversarios de los portadores de la fantasía de turno) para resistir y bloquear dichas fantasías.
La segunda: Los actores políticos dominantes hicieron un correcto diagnóstico de la dualidad que había caracterizado a la política argentina hasta 1966. Intentaron superar esta dualidad canalizando la negociación de los conflictos hacia el interior del marco insititucional, los que en el período anterior se habían desarrollado extrainstitucionalmente. Sin embargo tuvieron efectos no deseados. Los militares no pudieron embretar por mucho tiempo la política dentro de esquemas corporativos o propios de una sociedad de súbditos paralizados y atomizados. Tampoco el gobierno peronista logró que el Parlamento y el Pacto Social canalizaran, más o menos ordenadamente, las presiones y los intereses sociales. Lo que sí lograron fue que se cerraran los espacios y se obturaran los intersticios por los cuales la política se había colado hasta 1966 sin que se produjeran grandes estallidos. Por ende, se siguió haciendo política extrainstitucionalmente, pero de manera cada vez más salvaje, con el resultado de que los distintos actores fueron aceleradamente dejando de lado los límites que se habían autoimpuesto, adoptando la estrategia de minimizar progresivamente sus comportamientos destructivos en cada nuevo ciclo.

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