martes, septiembre 26, 2006

TRABAJO DE HISTORIA, PASO A PASO

Realizar un estudio de la historia política argentina es sin duda desandar un camino que nos permitirá observar cómo sus principales protagonistas llevaron a la práctica, una y otra vez, un mecanismo de conducta política que la actual dirigencia parece repetir, sin querer ni poder olvidar las enseñanzas de sus predecesores: el constante intento de anulación del “otro” político, es decir, aquel oponente real o posible en la disputa por el poder político, o simple disidente, que tanto en gobiernos democráticos como de facto fue identificado como apátrida. Es decir, la imposibilidad del sistema político argentino de generar en su seno la posibilidad de la existencia de un otro político, con derechos y deberes, como un igual, merecedor de un espacio que le permitiera la convivencia en el escenario de la realidad política argentina.
Durante la primera mitad del siglo XX, luego de la sanción de la Ley Sáenz Peña, se advertían las condiciones necesarias para la construcción de la democracia. En un contexto que exhibía la conformación de grandes partidos, una sociedad abierta y móvil con una densa trama de organizaciones civiles capaces de formar ciudadanos, las dos experiencias democráticas argentinas, el radicalismo yrigoyenista y el peronismo, ambas de indudable legitimidad democrática, fueron escasamente republicanas y liberales, puesto que concentraron a su turno el margen de acción política en la figura del líder del movimiento, en detrimento de la división republicana de los poderes del Estado[1].
Esta debilidad de la institucionalidad republicana hizo naturalmente posible que las figuras mesiánicas del esquema político nacional tuvieran un protagonismo preponderante, y relegaron así a sus opositores al rol de enemigo del pueblo o antipatria, con la intención de sumar para sí la totalidad del poder al expulsar del escenario de los intereses nacionales al rival político.
En este sentido, podemos enfocar la mirada sobre la génesis del movimiento peronista y observaremos que estuvo signada por aspectos distintos a la idea mítica de revolución que el imaginario histórico y actual sostiene. La estrategia de Perón para lograr su acceso a la presidencia de la Nación fue sumar actores políticos y sociales de peso y, luego de alcanzado el poder, tratar de obstaculizar las posibilidades de autonomía de la clase trabajadora.
De hecho, la búsqueda de respaldo en sectores tradicionales y poderosos, a saber, el Ejército, la Iglesia Católica, caudillos conservadores y algunas fracciones oligárquicas provinciales, por un lado; y la disolución del Partido Laborista a poco de asumir el poder, por otro; muestran que la imposibilidad de de confianza en las virtudes de la democracia política no sólo formaba parte de las convicciones personales del líder, sino que fue constitutivo del hacer político al que tradicionalmente adhirieron estos sectores, permitiéndoles una salida estratégicamente conveniente para la crisis de la época: reconciliación con el pueblo y respuesta conservadora segura[2].
Sobre este punto, conviene resaltar que el temario de “la doctrina peronista” no era novedoso en la escena política nacional del período anterior a 1943. De hecho, éste reconocía su origen en los círculos del nacionalismo católico y tenía amplia aceptación en los hombres del Ejército; sin embargo el discurso nacionalista hasta el momento no había cambiado la representación política en el país. El carácter innovador de Perón fue proveerle a los fundamentos de la ideología nacionalista una audiencia nunca antes obtenida al constituir un movimiento de masas y una cultura popular duradera en la Argentina.
En la época referida, los nacionalistas “reclamaban el fin del Estado liberal, la instauración de un nuevo orden, defendían la neutralidad argentina frente a la guerra mundial en curso y simpatizaban con regímenes fascistas cuando no eran, simplemente fascistas. Para todos era necesario un movimiento que salvara a la nación y ese acto salvador sólo podía provenir del Ejército”[3].
Otro aspecto relevante para la comprensión de la conducta política de anulación absoluta del otro político, es destacar cómo era concebido el rival por el poder en el discurso peronista de los primeros años. Para esto deben observarse algunos conceptos básicos expresados por Perón, a saber: la idea de que el Estado debía impulsar el orden, la unidad del cuerpo social logrando el equilibrio entre las clases. Es decir, el Estado se constituía como regulador de las relaciones sociales (entre otras, la principal: debía tutelar la relaciones entre el capital y el trabajo), y como quien encarnaba el punto de vista de la totalidad en donde las partes, los partidos y los políticos, no tenían un papel tan preponderante. Es más, carecían de lugar legítimo enfrentadas al poder del Estado, aparecían como exteriores al organismo social, asociados a una división artificial y a la pugna mezquina, o como Perón diría, “a la politiquería”. (4)
Lo referido se ve claramente en la hostilidad que Perón nunca disimuló hacia la pluralidad de partidos, cuando se refería al peronismo destacando con fuerza que no se trataba de un partido político, sino de un movimiento nacional que representaba sólo los intereses nacionales. De lo cual se desprendía flagrantemente el objetivo de conformidad unánime o unanimismo, que ponía en el rol de traidor a la patria a quien fuera opositor al movimiento, justamente porque el movimiento se identificaba en el discurso peronista con la nación misma.
Por esos tiempos, el discurso que convertía a los adversarios en enemigos del pueblo porque el propio emisor se creía representante de la nación, no era privativo del peronismo. En el congreso del Movimiento de Intransigencia y Renovación del radicalismo de agosto de 1947 se sostenía:

“[…] El radicalismo […], es el pueblo mismo en su gesta para constituirse como Nación dueña de su patrimonio y su espíritu. Por lo tanto, la Unión Cívica Radical no es un simple partido, no es una parcialidad que lucha en su beneficio, ni una composición de lugar para tomar asiento en los gobiernos, sino el mandato patriótico de nuestra nativa solidaridad nacional […]”[4]

Otro ejemplo de que el peronismo no estaba dispuesto a compartir el poder político se observa también con claridad en su relación con el movimiento obrero.

[1] ROMERO, Luis Alberto: “Breve Historia Argentina Contemporánea”. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1994.
[2] MARCOR D. y TCACH César: “La invención del peronismo en el interior del país”. Buenos Aires, UNL, 2003. Introducción.
[3] ALTAMIRANO Carlos “Ideologías políticas y debate cívico” En TORRE Juan Carlos (comp.) Los años peronistas (1943-1955). Buenos Aires, Sudamericana. Colección Nueva Historia Argentina T. VIII, 2002.
[4] ALTAMIRANO Carlos “Ideologías políticas y debate cívico” En TORRE Juan Carlos (comp.) Los años peronistas (1943-1955), op cit., pp 251.

viernes, septiembre 22, 2006

SÓLO FALTA QUE LO PASE TyC



Increíble pero real. En Colonia Caroya, provincia de Córdoba, se vivirá palmo a palmo el próximo domingo el retorno de las carreras de chanchos con obstáculos. No pensé que me divertiría tanto leyendo la noticia publicada en La Mañana de Córdoba, pese a que no esta escrita con intenciones humorísticas, ¿o me equivoco?

sábado, septiembre 02, 2006

RUIDO EN LA LINEA


¿Hasta cuándo continuará el padecimiento de los trabajadores de call centers? No son reconocidos como empleados telefónicos, lo que ocasiona que tengan un merma salarial enorme y que tampoco tengan las condiciones de trabajo adecuadas. Existe un sitio en la web que aborda la problemática sobre el despojo (no sólo económico) y la iniquidad que soportan cotidianamente. Espero que no falte mucho para que el miedo deje de ser la moneda corriente entre los operadores, y las marchas de protesta y reivindicación empiecen a poblar las calles de Córdoba y el resto del país.