domingo, abril 17, 2011

“MIS PACIENTES ME ENSEÑAN A VIVIR”*

Con motivo del Día Mundial de la Salud, Expresión Norte entrevistó a Máximo Maturana, enfermero profesional, estudiante de medicina y vecino de barrio Villa Cabrera. Tiene 40 años y varios de ellos dedicados a aliviar las dolencias de cientos de personas. El tiempo que resignó a sus estudios para ser médico lo usó para convertir pacientes en “amigos del alma”. Y aprendió de ellos “las verdaderas cosas importantes de la vida”. Las historias y anécdotas de un hombre que vive la enfermería con pasión y que ha llegado a atender al gobernador Schiaretti, Jorge Cuadrado, Lalo Freyre, Antonio Gasalla, Joaquín (del dúo Pimpinela) y a ídolos del cuarteto de Córdoba.

Es sábado al mediodía. La hora se sabe sin mirar el reloj por los rayos verticales que regala un sol brillante. En la esquina de la calle Gato y Mancha al 1900, a media cuadra de la casa de nuestro entrevistado, yace bajo custodia policial una solitaria moto hecha pedazos. Se trata de un accidente de tránsito, sin duda. Pero también de que una o más personas, a partir de ese día, tendrán la necesidad de recuperar su salud. Un auténtico preludio del tema de conversación que en minutos está por iniciarse con Máximo Maturana.

Ya con él, el enfermero comienza a describir su actividad: “Yo tengo una agenda. Lo que más hago es colocar inyecciones. Pero también tengo lo que se llama internación domiciliaria. Es para pacientes que no están en un geriátrico, que los tienen en la casa, y que usan pañales. Entonces vos vas, los levantás, los cambiás, los bañás. Igual que a un bebé. Una rutina que te exige atender a cada uno tres veces diarias”.

Máximo es un hombre agradecido de la profesión de enfermero, a pesar de que su trabajo no sabe de feriados, francos ni horarios fijos. “Yo trabajo de lunes a lunes, no tengo un día de descanso. Para mí todos los días son iguales. Salgo a la mañana temprano y vuelvo a la noche tarde. Y si me llaman a las tres de la madrugada voy, no tengo problema”, afirma con naturalidad.

Sin embargo, Maturana no pierde de vista la función social que él cumple más allá de la medicina: “Vos entrás a la casa de un paciente y hablás de todo. Yo tengo pacientes que no tienen nada y te llaman por la tensión todos los días. Hay una señora que le controlo la tensión cotidianamente desde hace dos años. Y siempre tiene lo normal. Pero vos vas y para ella es como una rutina. Te sienta y te cuenta del hijo, te cuenta de éste, del otro. Se descarga. A veces uno es como el psicólogo que le hace falta a la gente. Y yo escucho, opino. Son años de relacionarme así. Siempre acabo siendo amigo de las personas que atiendo, un amigo del alma. Y por ir simplemente a hacerles compañía jamás les cobré”.

En este sentido, y ya hablando como futuro médico, Máximo agrega: “Yo me identifico mucho con la película ‘Pach Adams’. Para mí eso es lo ideal. Hoy en día la medicina pasó a ser, como todo, un comercio. Y se dejó de ver al paciente como una persona. En un hospital, los médicos van sala por sala diciendo: ‘Cama tres. Tenemos un hígado, con tal patología…’ ¿Cómo ‘un hígado’? Se debería decir ‘tal persona, con tal nombre, que viene de tal lugar…’ Todo. No ‘un hígado’. La calidad de la atención médica ha caído tanto que ya no se respeta a la persona, al ser humano. El médico debería estar al tanto de los problemas de la gente, de su entorno. Todo lo que nos rodea nos afecta. Porque uno no se enferma sólo de cosas fisiológicas, sino psicológicamente”.

Enseñanzas de vida
Conforme pasan los minutos, la charla con Máximo va adquiriendo profundidades insospechadas: “La verdad que mis pacientes me enseñan a vivir. Yo he cuidado muchos de ellos con cáncer. De todos mis pacientes, pero especialmente de éstos, he aprendido mucho. Aprendí el amor por la vida de los que sufrían porque no podían conservarla. De otros, que murieron muy arrepentidos por haberse preocupado por el dinero y la diversión, en vez de cuidar a su familia, aprendí que hay que aprovechar cada un minuto que estamos vivos. Yo creo en Dios. Pero por el sufrimiento que vi, he comprendido que el cielo y el infierno están en la tierra, y que nadie se va de este mundo sin pagar lo que debe”.

Anécdotas
Cuando se lo consulta por el episodio más recordado ejerciendo la enfermería, Maturana no vacila: “Yo le ponía inyecciones y le hacía masajes descontracturantes a una mujer que vivía en la calle Francisco de Aguirre. Un día me llama para aplicarle un decadrón a su marido. Fui, me atendieron los empleados domésticos como siempre, esperé en el living, y luego apareció ella con su marido: era Schiaretti. En ese momento me enteré que la mujer que yo atendía era Alejandra Vigo. No conocía su nombre. Eso en mí es habitual porque a mis pacientes los conozco más por el domicilio que tienen, no por el apellido”.

Lo más jugoso de esa experiencia es que el actual gobernador le preguntó aquella vez a Máximo si conocía el pensamiento político de sus pacientes, y si pensaba que él obtendría más votos que Luis Juez en la elección a gobernador 2007, que se celebraría siete días más tarde. Y el enfermero, en la cara del candidato, no pudo evitar falsear su boca de urna personal: “¿Qué le iba a decir? A él no lo quería ninguno de mis pacientes. Por eso yo pensaba que iba a ganar Juez. Me sorprendí cuando Schiaretti terminó siendo gobernador”.

Pero Maturana tiene más historias para ofrecer. “Una vez un hombre, al que le cuidaba su madre enferma, me financió una moto cero kilómetro aunque yo no tuviera recibo de sueldo ni tarjeta de crédito. El era el dueño de una concesionaria. Cuando salí del negocio me dieron ganas de llorar a mares”, relata con emoción.

En otra oportunidad, y como muchas veces ocurre, Máximo comenta que sus servicios como enfermero fueron solicitados durante la madrugada. “Llego al domicilio y una chica abre la puerta asomando sólo la cabeza. Yo paso, la sigo, y cuando empiezo a subir la escalera, me doy cuenta que ella estaba en ropa interior. En el trayecto a la habitación donde iba a aplicar la inyección veo a varias personas tiradas sobre un sofá y en el piso, rodeadas de botellas vacías. ‘Disculpá –me dice la chica-, es que estuvimos de fiesta anoche porque un amigo cumplió años’. Luego, ella prende la luz, la miro bien, y me doy cuenta que mi paciente era un travesti”, cuenta sin poder evitar una sonrisa.

Maturana también recuerda episodios donde otras personas se han desvestido completamente para recibir una simple inyección, incluido hombres. “Yo nunca les llevé el apunte. Hice mi trabajo y me fui. Mis amigos me cargan porque dicen que desaproveché oportunidades. Pero para mí, el cuerpo de las personas es una más de mis herramientas de trabajo”, sostiene.

Y por último, Máximo confirma que hacer que los chicos de la recepción del hotel Holliday Inn tengan su teléfono agendado le ha permitido tener pacientes famosos: “Yo le he puesto inyecciones a Antonio Gasalla, Joaquín (del dúo Pimpinela), Jorge Cuadrado, Lalo Freyre. Y también a La Pepa de La Barra y a Gary. ¡Uy! A tantos atendí que ya ni me acuerdo.


*Nota de mi autoría aparecida en la Revista "Expresión Norte" en la edición de abril de 2011.

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